No sé qué tiene Lau, que me empuja a escribir.
Estoy sola desde hace dos días y he tenido tiempo de hablar conmigo misma. Ha sido agradable no liarme a puñetazos con mi yo interior, por primera vez desde hace casi tres meses
Antes de ayer, en el primer día de clase de este curso, uno de mis nuevo profesores nos dijo varias cosas muy crudas, casi hirientes. Pero tenía toda la razón. Ya está bien de lamentarnos, de buscar motivación para vivir en fuentes externas, de justificar nuestra amargura o nuestra inutilidad poniendo como excusa todo lo que tenemos alrededor. Nos guste o no, al mundo le importa un rábano nuestra autoestima. Estemos bien, o estemos mal, se nos exige aportar algo a la sociedad y si el dolor nos bloquea es un problema única y exclusivamente nuestro. En resumidas cuentas, hemos de rendir diariamente y al único al que le afecta, el único culpable y la única salida a nuestra depresión somos nosotros mismos. Es una verdad clarisima que en el fondo ya conocía, pero esa hora en la que el profesor nos habló fue como una bofetada en la mejilla, un zarandeo y un “¡despierta de una vez!”. La chispa de energía de la que creía carecer ya, y que ha servido para darme la fuerza necesaria para ponerme en pie, olvidar mi debilidad y tranformarla en fuerza, que es lo que se espera de mí y, qué demonios, lo que realmente soy. Sí, sufro como todos, pero es cierto que soy fuerte. Soy entera, soy mujer, soy obstinada, ambiciosa, leal, humilde y soberbia, compleja y simple.Soy yo, todo eso y más, sólo necesitaba recordarlo.
Estoy escuchando Lau. Veo a Dante dormitar sobre su baldosa. Miro por la ventana, que tiene la persiana medio bajada. Alcanzo a atisbar los últimos rayos de sol -son las ocho- jugueteando traviesos con los tejados de las casas, con las ventanas y con los jirones de nube esponjosa que aún permanecen en el cielo azul. Hay una brisa leve que me eriza la piel en los brazos. Suspiro y sonrío al ver que se ha dado la coincidencia de que todos mis vecinos han decidido tender estar tarde sus sábanas para que se secaran, y las fachadas que la persiana me permite ver son un estupendo festival de colores y estampados que bailan al viento, besados por el sol y dibujando las ondas de un mar imposible.
Tengo ganas de llorar y de reir. De saltar e inventarme un baile estúpido, de esos que hacen reir a carcajadas pero que ocultamos porque sabemos que sería ridículo si alguien nos viera. He abierto los ojos. He despertado de un letargo doloroso y apagado, gris y nublado, sin perspectivas de que saliera el sol.
Va a ser un año difícil, sí, pero, ¿dónde estaría la gracia, el reto, de lo contrario? Voy a luchar hasta que no me quede aliento. Estoy viva. Y tengo vida para regalar y sembrar. Lo vais a ver.