El ser humano es un animal pasional, atormentado, caprichoso, sensible. Se duele, ansía, se corrompe. Lucha y desfallece, comete errores que no admite y llora. Llora sangre, sudor, lágrimas...llora sueños. Y le angustia pensar que la muerte nos sobreviene a todos, guste o no, se desee o se convierta en la quimera aterradora que te persigue en las noches de soledad.
Pero también somos mágicos. Estamos tocados por una chispa de grandeza, somos únicos y capaces de lo mejor y lo más grandioso. Porque en el principio de todo, nos besó una gotita de algo espiritual.
Y cuando esa partícula ínfima, delicada y hermosa aflora, podemos ser libres, omnipresentes y conscientes de todo. Somos entonces una pieza importante de la maravillosa red de vida que es nuestro mundo y es imposible no ser partícipe y consciente, y es imposible no reir y llorar a la vez.
Es la serenidad del ser humano cuando deja de ser terrenal y se sorprende a sí mismo
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